



1839-1853

1.- Viaje a Valparaíso
Andrés García pagó, el 8 abril de 1839 en Montevideo, la cantidad de sesenta patacones (Peso, Duro) por su pasaje en el bergantín “Floraville” hasta Valparaíso. El viaje fue difícil por las tempestades en el paso del Cabo de Hornos y por el ambiente entre los marineros. Andrés se esforzó por evangelizar a la tripulación, y por lo que sufrió malos tratos, el P. Felipe Echenagussia intervino con energía para que abandonara su actitud y no expusiera su vida. En aquella época, la República de Chile estaba gobernada por don Joaquín Prieto quien asumió la Presidencia el 18 de septiembre de 1831 y la ejerció por dos períodos consecutivos. Tres hechos importantes se advierten durante su gobierno: El 25 de mayo de 1833 fue promulgada la Constitución de más larga existencia que ha tenido Chile, pues estuvo vigente por casi un siglo. El segundo hecho, la presencia de Diego Portales Palazuelos (1793-1837) Ministro del Interior y Relaciones Exteriores. Se destacó por su sentido de orden jurídico-político reconocido y su mucho afecto al principio de autoridad. En tercer lugar, la guerra contra la Confederación Perú Boliviana originada por los intentos de hegemonía del General boliviano Andrés de Santa Cruz, que pretendía formar una gran unidad política con Chile, Perú, Ecuador y Argentina.

Diego Portales combatió las aspiraciones de Santa Cruz, lo que dio margen a que se declarara la guerra el 28 de diciembre de 1836. Finalizó la guerra el 20 enero 1839 con la victoria del ejército chileno en la batalla de Yungay dirigida por el General Manuel Bulnes. En noviembre de ese mismo año, el ejército hizo su entrada en Santiago, en medio de las aclamaciones de la muchedumbre. La vida religiosa pasó por un período de relajación; los religiosos poseían y administraban sus propio peculio, lo que condujo a los frailes a llevar un régimen de vida muy independiente dentro del claustro. Así llegó a reducirse la vida comunitaria al rezo del oficio y al estudio. No eran pocos los regulares que vivieron fuera del claustro, sirviendo capellanías o curatos, para poder solventar las necesidades de parientes pobres. Se dieron algunas extravagancias en el modo de vestir. Se consiguieron fáciles dispensas de reglamentos y leyes. Los superiores llamaron a sus frailes a una mayor observancia, esperando conducirlos a una vida más consecuente con su vocación. Fr. José de la Cruz Infante (1762-1843), bachiller en Sagrada Teología por la Universidad de San Felipe, Examinador Sinodal del Obispado, Rector del Colegio de San Diego, maestro de novicios, Custodio y Visitador de la Provincia en 1825, se esforzó en restaurar la Observancia en la Provincia Franciscana apoyado por el Vicario Apostólico Mons. Juan Muzi, Delegado del Papa León XII ante el gobierno de Chile.

2.- La Recoleta Franciscana
El convento de la Recoleta Franciscana de Santiago fue fundado por Real Cédula de 30 de mayo de 1662, en terrenos donados, el 17 de junio de 1663, a la Provincia de la Santísima Trinidad por el matrimonio Nicolás García y María Ferreira. El Gobernador Bernardo O’Higgins, en documento extendido el 8 de octubre de 1821, pidió a las religiosas contemplativas de Santa Clara que se trasladasen a la Recoleta Franciscana, luego de vender sus terrenos del monasterio por el bien de la patria. El P. Infante consiguió, en 1824, del arzobispo Muzi, la autorización para reinstalar la Recoleta, lo que se hizo efectivo el 27 de mayo de 1837, cuando la Provincia de la Santísima Trinidad cedió el antiguo convento de la Recoleta al Padre Infante14, y las Religiosas contemplativas de Santa Clara, que allí moraban, lo entregaron el 21 de diciembre del mismo año. En octubre de 1838, se instala nuevamente la comunidad Franciscana con el espíritu de la estricta observancia para vivir con mayor fidelidad la Regla de San Francisco. El 10 de julio de 1839, el P Infante recibió a Fr. Felipe Echenagussia y al “Hermano Andrés, secular de Montevideo”, asignándoles las celdas del oriente del Lúcumo como habitación. La comunidad estaba compuesta por el Padre Guardián, que era el único sacerdote, dos seminaristas, un hermano lego y un donado. Andrés fue destinado a la cocina para ayudar al cocinero, lavar los platos y barrer; labores que desempeñaba con humildad, dedicación y alegría.

3.- Recorriendo Santiago
El 2 de agosto de 1839, el P. Infante expuso a Fr. Felipe la necesidad de nombrar un hermano limosnero, Fr. Felipe le sugirió al hermano Andrés. El Guardián no lo encontraba suficientemente inteligente para el desempeño del oficio; pero no obstante, ese mismo día llamó a Andrés y le propuso el oficio. Aceptó con gusto, afirmando que, en el convento de Montevideo, había sido dos veces limosnero y traía el hábito que allá había usado hasta el decreto de expulsión. De inmediato, se realizó la ceremonia de vestición que lo identificaba como hermano donado. Esta era la rutina diaria de Andrés: cada día se levantaba a las cuatro de la mañana para ayudar la primera misa; comulgaba diariamente y luego hacía su oración de acción de gracias A las siete de la mañana, salía a pedir limosna, recorriendo las calles de Santiago por los pavimentos de gruesas piedras de río y veredas labradas de duras rocas. El ambiente era tranquilo y, el poco movimiento que se observaba durante la mañana, era ocasionado por los proveedores y vendedores ambulantes a quienes se dirigía Andrés solicitando limosnas para el convento y para otros fines piadosos, como las Ánimas del Purgatorio, la propagación de la fe y la devoción a Nuestra Señora de la Cabeza. Su actitud para con todos era paciente, afable y modesta, dando buenos consejos, aun al recibir insultos, burlas y desprecios, Andrés regresaba al convento a la puesta del sol y en la noche rezaba con la comunidad.

4.- Sus Últimos Días
La expresión “Alabado sea Dios” lo identificó, en sus respuestas simples y breves, hasta los últimos momentos de su vida. Los primeros días de enero 1853, Fr. Andrés fue a casa del Dr. Vicente Padin llevando, de regalo, su bastón porque ya no lo necesitaría más y visitó a don. Francisco Ignacio Ossa, solicitándole mandar decir misas por su alma. El domingo 9 de enero, Andrés no asistió a la primera misa de las cuatro y media de la mañana que acostumbraba ayudar. A las cinco y media de la mañana, se dirigió a su cuarto un hermano donado con el fin de pedirle un remedio para la vista que solicitaban en la portería, encontrándolo muy debilitado. No obstante, a las 6 hras. asistió al templo a escuchar la Misa, pero, sintiéndose muy fatigado, volvió pronto a su cuarto. El hermano enfermero, que acudió a visitarlo, constató la gravedad de su estado de salud y le suministró algunas medicinas, ante la imposibilidad de encontrar un médico. Cuando los médicos lo visitaron, al día siguiente, sólo pudieron constatar que “la enfermedad era de muerte”. El Dr. Fontecilla le diagnosticó una pulmonía y, en su presencia, se le practicó una sangría como un medio para aliviar la fiebre. Mientras tanto, la noticia de su enfermedad se propagó por toda la ciudad, conmoviendo a gente de todos los estratos sociales y muchos acudieron a la Recoleta para saber de su salud.

El día 12, Andrés pidió a Fr. Pacheco, que le asistía, que no se preocupase y descansase porque el viernes moriría. El jueves 13, los médicos aconsejaron sacramentarlo, y el enfermo recibió el viático y la Extremaunción, rodeado de la comunidad. Pidió perdón por las ofensas causadas y por los malos ejemplos, el hermano enfermero lo invitó a callar a lo que obedeció prontamente. Finalmente, solicitó al Guardián un hábito para cubrir su cadáver y una sepultura, lo que le fue otorgado y luego emitió la profesión solemne. A las 21 hrs., Andrés le dijo a Fr. Pacheco: “Moriré mañana a las ocho”. Tal como lo había anunciado, el hermano Andrés falleció el 14 de enero de 1853 a las ocho de la mañana. Sus restos mortales fueron expuestos en el coro del Convento, detrás de la reja, donde fue visitado por una multitud de gente de todas las condiciones sociales; los religiosos acompañaron permanentemente su cadáver y después de cena, la comunidad elevó las preces por su descanso. Fr. Juan Antonio García leyó unos versos. Sus funerales se efectuaron el día 15 y, a tempranas horas, comenzó a llegar la gente, incluso desde fuera de la capital. A las nueve de la mañana comenzó la Misa de Requiem presidida por el Guardián, Fr. Francisco Pacheco. Una vez finalizado el rito, tanto los religiosos como los clérigos presentes se dirigieron al coro, donde hicieron uso de la palabra Fr. Francisco Villarroel y Fr. Juan Bautista Díaz; luego el cortejo fúnebre marchó hacia el cementerio, situado en el interior del Convento. Antes de proceder a su sepultura, se pronunciaron otras oraciones fúnebres, expresión de admiración y gratitud hacia la persona de Fr. Andrés.